lunes, 25 de octubre de 2010

Indiferencia.

Indiferencia. Se trata de aquel estado en el cual el individuo parece no sentir nada. Ni alegria, ni aprecio, ni desprecio, ni humillación, ni nada.

Y más de uno se preguntará, ¿quién no ha querido ser indiferente ante sus problemas, sus demonios?
Mentiría si dijese "yo". Porque lo estuve ansiando muchísimo tiempo, pasar de todo, frialdad pura. Haberme desecho de todo lo que no me aporta y parte de lo que me ha aportado. No lo conseguí.

Pero si saqué alguna conclusión: es imposible luchar contra uno mismo. O más bien, es imposible vencer. Un proceso duro, agotador y que termina por dejarte vencido en el suelo, siendo menos de lo que eras antes.

Ah, pero al fin he alcanzado un pequeño logro. Llevaba semanas, meses, cuajándose. Aquel día finalmente no significó nada. ¿Cómo puede ser que un beso tan esperado se convierta en polvo tan deprisa?

Porque he alcanzado un grado de indiferencia ante cierta persona que deseo mantener. Llevaba notándolo semanas y se ha confirmado. No noto nada. Se acabaron los nervios, los temblores y caer bajo. Por fin.

Hace un año, no quería separarme de ella.

Hace 8 meses, dijo algo que nunca llegué a creer. A día de hoy veo que tiene razón.

Hace 6 meses, volvió a destrozarme. La cosa se solucionó. Pero se veía venir que nos quedaban breves.

Hace 2 meses, pasó lo que tenía que pasar. No sentí nada más allá de lo físico. Nada.

A día de hoy, la situación me es indiferente. No hay vacío sentimental, apenas queda rastro. Bendita sea la distancia que me aleja de algunos y me acerca a otros. Bendita seas, distancia personificada.

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